Otro día con currículo.
Cuanto menos, hoy sol y moscas. Un cielo azul, una brisa suave aunque podía ser un poquito mas fresca.
Sombras nítidas y verdes brillantes en los árboles. Es un día agradable donde los haya, no parece verano parece uno de esos días de invierno de esos que hace calorcito y te apetece ponerte la manga corta.
Voy a darme un paseo a estirar las piernas y a observar a la gente.
Como me gusta imaginar quien es cada uno de los que me cruzo. Estoy seguro que casi siempre acierto en mis elucubraciones, y si no acierto me da igual. Me lo paso bien.
Es de las mejores cosas que se pueden hacer en este mundo, imaginar, mentirte un poco a ti mismo.
Imagínate que estás tumbado al sol a la orilla de un río, del río Águeda, por ejemplo. Oyendo el rumor de las aguas que golpean suavemente las peñas limpias que hay a su alrededor.
Imagínate que tienes una caña y un retén de moscas a tu lado. Levantas la vista y ves en el agua las truchas nadando contracorriente, retándote para que las pesques.
Lanzas y recoges con parsimonia, mirando atentamente el buldo y de repente un tirón en la tanza te dice que alguna ha picado.
Va a ser que no, que la última vez que pesqué algo todavía era soltero……
Es lo que me pasa, me imagino cosas que me gustas y luego me desilusiono porque no puede ser que algo que nunca ha sido real se haga sólido, se haga cierto y por lo tanto acabo rendido a la evidencia y negando con la cabeza.
Al final imaginar es mentirse a uno mismo, pero no por eso deja de ser bonito.
Al final la imaginación ha podido conmigo y me he ido a comprar un boleto de la primitiva simplemente para demostrar que mi intuición se volveria a equivocar.
Toda una odisea echar una primitiva en Alemania sin saber alemán.
En principio, los boletos son algo mas complicados que en España. Eso ya debería habes sido suficiente para tirar abajo mi férrea voluntad de jugar. Sin embargo como el despacho estaba lleno de gente, no me he atrevido a salir, me ha dado vergüenza, entrar tan decidido y salir huyendo ante el primer problema.
Me ha parecido que iba a hacer el ridículo, en una palabra.
Sin embargo lo ridículo ha sido todo lo que ha venido después. Indagando en todos los boletos de distintos colores y con diversidad de apartados, no he descubierto uno que pusiera bonoloto, o primitiva o jueves y sábado.
El alemán no hay quien lo entienda.
Una mujer mayor se ha acercado y me ha dicho algo que no he comprendido, luego se ha reído porque lo que ha dicho debería de ser gracioso. Lo peor es que yo también me he reído.
La señora, ante mi muestra de simpatía, me ha hecho una pregunta (por supuesto también en alemán) entonces he puesto la cara de la persona mas gilipollas del mundo, no por no poder contestarla sino por haberme reído de su gracia como si la hubiera entendido.
La mujer seguía mirando esperando una respuesta.
Antes de parecer un maleducado he preferido pasar por imbécil.
Le he dicho que no entendía alemán que si me podía hablar en inglés.
La señora se ha girado y no ha vuelto a mirarme siquiera.
Eso no ha sido todo, he cogido un boleto cualquiera, uno rojo, lo he rellenado, con los seis números de rigor, he esperado la cola pensando en el desagradable momento anterior y sintiéndome observado tanto los de adelante como los de detrás de mi.
Al llegarme el turno, antes de volver a hacer el canelo he preguntado a la señorita que si hablaba inglés. Muy amablemente me ha contestado que no y sin dar ninguna muestra de educación me ha preguntado algo en su perfecto alemán. Otra vez ha vuelto mi cara de imbécil.
Mientras yo pensaba en la tontería estaba haciendo. La muchacha seguía hablando y a mi me estaba entrando una especie de mareo.
Lo inteligente hubiera sido darse la vuelta y salir, pero vuelvo a demostrar y a mostrar que soy un gran estupido.
Allí me he quedado agrupando cada vez a más fieles a mí alrededor. Como seguíamos sin entendernos he decidido actuar. He sacado una moneda de dos euros poniéndosela delante de las narices.
Su reacción ha sido un tanto extraña, ha sacado una moneda de un euro y luego la ha guardado.
He entendido que las apuestas costaban tres euros, pues acto seguido he sacado otro euro y lo he unido a la anterior moneda. Ella ya estaba hablando con el nervioso de atrás que hacía rato que desproticaba.
Ha cogido mis tres euros y me los ha puesto en la palma de la mano, mientras con la otra me despedía cortésmente señalándome la puerta.
Dentro de todas las humillaciones que he podido padecer esa seguramente ha sido la menos mala, porque un terco como yo hubiera aguantado allí con estupida tenacidad haciendo el ridículo por no querer hacerlo.
Habré quedado como el culo y lo que es peor encima lo he pasado mal….. Como si de esa mujer o de la opinión que se formaran sobre mi los que allí había, dependieran el resto de mis días.
¡Que asco, coño!, tener que sufrir y padecer las inclemencias de uno mismo.
Hoy que ha hecho un día estupendo tengo que acabar estropeándolo, como casi siempre, con alguna de mis estupideces.
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